Este año cumplo 27, una edad que por alguna razón se siente importante. Estoy a solo tres años de cumplir treinta y, por primera vez en mi vida, no sé que quiero hacer con mi futuro. Por primera vez desde que tengo 10 años no tengo un plan. Y es la sensación más extraña que he sentido en años. No tener un plan. No saber que quiero hacer realmente de aquí a seis meses más además de trabajar. Porque eso es lo más consistente que tengo ahora. Por primera vez tengo un trabajo estable, con contrato, como una persona adulta cuando me siento de todo menos eso.
Este año ha sido de tomar muchas decisiones, muchas para los dos (ahora que estoy re escribiendo esto, tres) meses que llevamos. Quise estudiar y de una semana a otra me arrepentí porque prefiero ahorrar todo lo que pueda, irme a Francia cada vez parece una posibilidad más lejana, no porque no pueda, sino que simplemente porque ya no quiero; al menos no por el momento. Ya no siento esa necesidad casi obsesiva de irme. Lo voy a hacer en algún momento para que mis amigas que estén leyendo esto no me reten, pero todavía está en veremos.
Escribir es una constante que fluctúa cada par de semanas. Increíblemente esto y las últimas entradas es lo más que he escrito en meses. Esta página, este blog que ha cambiado y evolucionado tanto como yo. Y que voy a cambiar un poco una vez más según lo que me hace sentido seguir escribiendo.
Tengo otro par de proyectos que me han costado un poco más, un par de libros que me han comido la cabeza y con los que siento esa necesidad casi obsesiva de terminar este año. Todavía no sé del todo porque. Tal vez es porque pienso que si no lo hago ahora no lo voy a hacer nunca, y eso para mí es una posibilidad terrible.
Hace un par de semanas (ya más) escribí que se está oscureciendo más temprano. Algo que probablemente no hubiera notado si no trabajara en un hotel donde tengo que prender luces y sacar la basura en las tardes. La temporada ya está cambiando. Las primeras hojas se están empezando a caer y las mañanas son mucho más frías. Así de rápido fue el cambio, un par de semanas. Todos mis cambios de pensamiento han sido igual de rápidos.
Antes, no hace tanto tiempo, llegar a una edad pasado los 25 me aterraba, sentía que se me estaba llendo el tiempo de las manos. Por alguna razón creía que después de salir de la universidad tenía que empezar mi vida oficialmente. Creía que a los 25 ya tenía que estar viviendo sola, haciendo una carrera. Pero solo tengo 26, recién me estoy empezando a sentir como la adulta que pensé sería mucho antes. Mi percepción del tiempo ha cambiado drásticamente (en parte gracias a la pandemia) y para mejor. Y los veinte son una década tan extraña. Conozco gente que está en las misma que yo, gente que no ha terminado sus carreras o que ha empezado y dejado más de una, gente que se ha casado y tiene un par de hijos. Personas que viven solas o lo están planeando como algo para hacer este año.
No se porqué el título de esto es “Cambio de folio”. Usualmente eso es algo reservado para los 30 años, para el cambio de década. Pero, y supongo que es por todo el tema del trabajo nuevo y la parcial independencia financiera, se siente como un cambio de folio, un cambio de página o en realidad de libro entero, la secuela de mis veinte.
Algo que he notado últimamente (porque al parecer este año ha sido de mucha introspección) es que me canso más rápido. Mi cabeza corre a mil por hora, pero no puedo concretar nada. Y estoy cansada. No de algo en particular, pero creo que es un sentimiento colectivo, el cansancio. Queremos gritar “ya basta de esta vida que está tan difícil”, basta del poco compromiso, de las horas extras, de no encontrar trabajo, de que el sueldo no alcance.
Estoy cansada y al mismo tiempo estoy mejor de lo que he estado en muchos años. Y eso es algo que celebro.
En mis 26 años de vida he aprendido muchas cosas de mi misma, algunas las tuve que aprender a palos, pero las aprendí.
Ahora se donde y con quienes me siento cómoda y no paso esa línea por nadie. Ya no me importa perderme eventos, salir poco, que mis círculos sean pequeños, que pasen días y días sin maquillarme, dónde me siento cómoda y dónde no, y saber que se salgo de una situación no pasa nada, haberme distanciado de personas, cortar lazos, cerrar ciclos antes de que se cerraran a la fuerza. Ahora sé valerme por mi misma, pero entiendo que no está mal pedir ayuda cuando la necesite, saber cuando decir no y cuando sí. Ahora se que no soy mis papás, que no necesariamente estoy repitiendo los mismos ciclos, que está bien ser vulnerable y que me vean llorar, amar con todo lo que tengo, enamorarme, engancharme, que se me pase de un día para otro para volver con lo mismo a la semana siguiente. Ahora sé que voy a seguir aprendiendo toda mi vida y que me gusta en quien me he convertido.