Esto no es para lo que es este blog, pero siento que necesito escribir.
Últimamente he pensado mucho en cual es mi propósito como escritora ¿Qué es lo que quiero lograr? ¿Mover a la gente? ¿Ser entendida? ¿Ser conocida? En parte sí, siempre, por razones que no podría del todo explicar, me ha llamado el que me conozcan por lo que hago, pero ¿qué es lo que hago? ¿Escribir una vez al mes un par de páginas con pensamientos que flotan en mi cabeza tan obsesivamente que siento que me voy a volver loca?
Obsesivamente.
Obsesión. ¿Acaso esa no es gran parte de lo que es la escritura? ¿Tener una idea tan clara y a la vez tan confusa en tu cabeza que la única manera de aclararla es escribirla una y otra vez hasta que se vaya?
Mi última obsesión es la enfermedad y la muerte, algo de lo que conozco demasiado bien, más de lo que me gustaría. Estos temas los quiero convertir en un libro, uno de los tantos que he empezado y he dejado de lado porque ya no se como plantear la idea, o no se lo que quería decir realmente. Aunque nunca estoy segura de las cosas que quiero decir.
La enfermedad es algo con lo que he convivido toda mi vida. La muerte es algo más reciente, pero algo que siempre me ha llamado la atención, algo que siempre me ha preocupado. Algo que sabía que alguna vez tendría que enfrentar.
¿Qué se le dice a alguien que ha perdido a una persona de una manera tan definitiva como la muerte? ¿Qué se le dice cuándo pasa un año? El temido aniversario. ¿Qué va a pasar conmigo cuando llegue abril y tenga que vivir el aniversario de una persona que nunca más va a estar?
¿Qué se le dice a alguien que ha perdido a otra persona cuando sabes, probablemente, por lo que está pasando? Nunca se que decir, siempre me quedo en blanco porque, a pesar de haber imaginado la muerte de mil maneras, nunca me la imaginé como algo que le pasara al resto.
Cuando mi mamá estuvo por primera vez hospitalizada gracias a una complicación con su cáncer recuerdo, además de haber estado hasta la madrugada en una sala de urgencias pensando que iba a hacer si se moría y tratando de hacer una lista de todas las personas a las que les tendría que avisar, recuerdo el haber pensado mientras la iba a visitar al día siguiente o un par de días después cómo todo el mundo pareciera seguir con su vida como si nada mientras el mío se estaba cayendo a pedazos.
Cuando mi abuelo enfermó me acuerdo de haber pensado lo mismo, y cuando murió no pensé en nada. No me acuerdo quien hizo las llamadas, los avisos. Me acuerdo que comimos cazuela mientras esperábamos que lo fueran a buscar de la funeraria.
Todavía sueño con él y su enfermedad, solo con su enfermedad y todo vuelve a mi como si lo estuviera viviendo ¿Acaso estos no son síntomas de una enfermedad que todavía no descubro? Creo que, en parte, quiero escribir sobre esto porque todavía lloro cuando recuerdo el último par de años; los últimos tres años, en realidad. Porque uso la palabra trauma un poco a la ligera, pero ¿acaso no es eso lo que me pasa? ¿El haber vivido el trauma de la enfermedad ajena? ¿Haber reprimido, suprimido, ignorado, estresado tanto que me salieron más canas en el pelo en un año de las que me habían salido el resto de mi vida?
Me cuesta decir las cosas en voz alta, siempre ha sido así, por eso escribo. Porque muchas veces no sé exactamente que decir hasta que lo veo escrito en papel, o en este caso en un documento de Word.
Elocuencia. La elocuencia de escribir que siempre he tenido. Que quiero creer que tengo gracias a mi mamá y a mi abuelo.
Esto no es para lo que es este blog, pero quizás dejo esto como una previa a lo que quiero que algún día se convierta en mi primer o segundo libro. Porque tengo el suficiente ego para creer que va a haber un segundo; y un tercero y así.