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A estas alturas, si hay una cosa que tengo muy clara es que siempre me he dejado guiar tanto por lo que consumo como por lo que las demás personas dicen de mí, no siempre para bien, sobre todo cuando era más chica. Ahora que tengo 25 años y estoy a dos meses de cumplir 26, me sigo guiando mucho por lo que consumo y ya mucho menos por las opiniones del resto de la gente algo que admito ha sido un poco difícil en la era de Instagram, TikTok y tendencias que cambian todos los meses.
Escribir es algo que también se me hace más difícil que antes. Tengo demasiadas ideas, historias enteras y palabras en mi cabeza que no sé cómo plasmar en la hoja. Mi intención con esta edición es (o era, dependiendo de cómo me vaya de aquí al domingo) escribir un ensayo sobre la moda y su inherente mezcla con la vida mundana y, más específicamente, mi vida mundana que últimamente gira en torno a la escritura.
A pesar de haber crecido con Disney, haber visto todas las películas de princesas hasta la era del 3D, creo que todas las series producidas en los 2000, como buena niña nacida en los 90 soñar con el closet de Hanna Montana y siempre haber querido ese vestido rojo icónico que Lindsay Lohan usa en Confesiones de una Típica Adolescente, pero la primera vez que me empecé a interesar por la moda y a decir “yo quiero eso algún día” fue cuando vi El Diablo Viste a la moda. Una vez que la película se convirtió en mi favorita (cosa que no costó demasiado) y la veía cada vez que la daban en la tele no hubo vuelta atrás. Empecé a consumir películas que a mi parecer eran similares como si fueran aire, empecé a hacer cuadernos de recortes con outfits que quería probar, con artículos de revistas; en ese tiempo leía la Tú, y la Seventeen, y la Cosmopolitan que hablaban de las tendencias de la temporada, el maquillaje que había que comprar entre otras cosas que no son relevantes para esta edición. Soñaba con poder comprar revistas Vogue y poder ver en vivo y en directo las semanas de la moda, poder escribir artículos sobre lo que se ve, las tendencias, las entradas y salidas de directores creativos o mejor aún, poder estar en el detrás de escena de todo, no perderme nada. Tenía ganas de abarcar todo lo que pudiera y no sabía por dónde empezar.
Pero hasta hace poco nunca le puse empeño. En mi cabeza, y es algo de lo que he escrito (IX. Me rehúso a ser una literata con lentes) ser escritora, querer pertenecer al mundo de las editoriales y de la academia nunca fue compatible con el mundo de la moda. De hecho, siendo adolescente tenía la fantasía de ser la primera persona que pudiera mezclar ambas cosas, pero nunca se me hizo fácil y no estoy segura en que punto me rendí, o más bien olvidé esa parte de mi viaje. Porque el perseguir la moda y la escritura es un viaje al que hay que estar dispuesto a meterse de cabeza y sin mirar atrás, algo difícil para el ego de alguien que quiere que todo sea perfecto a la primera. Y mi viaje ha sido complejo. Mi estilo, desde que empecé a vestirme como yo quería hasta ahora, ha sido demasiado variado. He pasado por creerme Sporty Spice, al flúor, a querer ser emo y usar los mismos pantalones tipo pitillo rosados neón hasta que decidí que eso ya no me servía y me empecé a vestir más boho, después pasar a intento de rock punk pop tipo All Time Low hasta que descubrí el kpop y entré a la universidad, donde por fin me pude teñir el pelo sin que me dijeran nada. Durante la pandemia tuve un nuevo cambio viendo que no salía de mi casa y no era necesario que me vistiera como tal y ahora, ahora no sabría exactamente como definir me estilo. Siento que podría mostrar la música que escucho a diario y lo que estoy viendo, o que alguien se meta a mi closet y que el resto decida, pero al final del día depende de mí humor y mi ánimo; y eso también es parte de la moda, lo quiera o no. A veces intento parecer modelo off-duty, algo que me han hecho saber en ocasiones en manera de cumplido y otras, sobre todo en verano, pareciera como si fuera a ir a un concierto de Fleetwood Mac. Tengo un tablero en Pinterest dedicado exclusivamente a referencias de moda, diseñadores de los que he querido tener ropa toda mi vida, Como McQueen o Vivienne Westwood, estilos que salen de la semana de la moda de Copenhague o de Paris, fiestas, series, películas, famosos y su intento de mimetización que hacen en cada alfombra roja con la película que están promoviendo a lo Zendaya.
Mi viaje por la escritura ha sido igual de complejo. No siempre he escrito así de bien (no es por tirarme flores, pero por primera vez en muchos años siento que encontré mi voz) He intentado copiar estilos, ritmos narrativos terminando muchas veces con algo que suena como una mala traducción de algún libro escrito en inglés. No se sentía original, no se sentía como yo. Muchas veces como me vestía tampoco se sentía como yo. El viaje, ambos, se sentían forzados, como tratar de seguir al resto de las personas que eran más cool que yo en el colegio y las tendencias de la temporada. En vez de verlas con un poco de objetividad y ver realmente que me gustaba, copiaba. Veía que usaban mis pares, que marca estaba de moda y trataba de sentirme cómoda en eso. Cada vez que leía un libro nuevo pensaba en por qué yo no podía escribir una historia así, porque no podía ser yo esa autora que me llevaba por lo menos quince años de diferencia. Intentaba escribir así y se sentía falso, inauténtico. Ahora muchos de esos libros que quería copiar no los volvería a tocar ni con un palo, no son para mi (y honestamente hay algunos que no debería ser para nadie), pero con el intento y el error logré desarrollar y nutrir mis gustos y mis deseos.
Mi comentario sobre no querer ser una literata con lentes ha cambiado en estos últimos meses. En parte tengo que agradecerle a mi crisis de los 25, crisis que me ha pegado mucho más fuerte de lo que esperaba y que está haciendo que me replantee toda mi vida y mis proyectos a futuro. Por otra parte, creo que puede sonar como algo un poco frívolo, una palabra que nunca he usado para describirme a mí misma y espero nunca volver a usar. Pero es un temor que siempre ha estado en la parte de atrás de mi cabeza, convertirme en alguien que no disfrute de vestirse “bien” (y pongo bien entre comillas porque ¿qué define el vestirse bien?) Convertirme en alguien que no disfrute de comprar ropa, combinar prendas, seguir las redes de todas las revistas de moda que me interesan. Me da temor dejar de ser yo. Creo que esto viene desde mi propia experiencia estudiando literatura y haber estado inmersa en la academia por cinco años.
En mi experiencia, la moda ha sido vista como algo frívolo (esa palabra de nuevo), vanidoso, consumista, superficial a más no poder, algo que atenta absolutamente con lo que es la academia, o con lo que la academia cree que es. Por como yo lo veo la moda y la literatura no están si quiera en la misma moneda, son monedas absolutamente distintas, hasta se podría decir que de distintos países. Muchas personas, generalmente del mundo de la moda, han ensayado lo mismo. Lo tabú de la ropa en la academia, lo impensable de preocuparse por la apariencia personal cuando es más importante volver a ensayar y dar dos horas de cátedra sobre el genio que es Shakespeare. Hay un artículo de los noventa que se llama The-F Word escrito por Valerie Steele que todavía no logro encontrar entero, pero que habla de la tabú de la moda en la academia estadounidense. Es como si, al siquiera pensar en la moda, los intelectuales y literatos piensan que van a explotar en llamas por el pecado de la superficialidad. Pero si algo me enseñó el genio de Meryl Streep es que todo puede ser llevado a la moda.
En su monólogo que se inicia gracias a que Andy Sacks no ve la diferencia entre dos cinturones que son claramente diferentes, Miranda Priestley nos da una enseñanza que he cargado conmigo toda mi vida: todo es moda, lo queramos o no, y de la misma manera, todos participamos en la industria de la moda, lo queramos o no. Todas las personas tenemos un estilo, aun cuando no lo identificamos como tal. Usar únicamente zapatillas es un estilo, usar polerones todos los días es parte de un estilo personal, ya sea por comodidad o algo meticulosamente planeado, usar solo básicos es un estilo que ya tiene su propio término “básico”. Y muchas veces la gente prefiere usar la palabra “estilo” a “moda” para sonar menos vanidosos. La palabra “estilo” suena un poco más seria, pero al final del día es más de lo mismo. Y de la misma manera, desde mi perspectiva y desde mi experiencia, la moda nunca ha estado más ligada a la literatura, y por ende a mi vida cotidiana.
“Oh, ya veo. Crees que esto no tiene nada que ver contigo. Tu vas a tu closet y eliges ese grumoso y bizarro sweater azul porque intentas decirle al mundo que te tomas muy en serio para elegir lo que usas, pero lo que no sabes es que ese sweater no es azul, no es turquesa, no es lapislazuli, es cerúleo. Y tampoco sabes que en 2002 Oscar de la Renta presentó una colección de trajes azules. Y después Yves Saint Laurent presentó chaquetas militares cerúleas, y así de rápido el cerúleo apareció en colecciones de 8 diseñadores distintos. Se filtró en tiendas departamentales hasta caer en una trágica esquina donde, sin duda, sacaste de una canasta. Sin embargo el cerúleo representa millones de dólares y cientos de trabajos y es cómico como crees que hiciste una elección que te excluye de la industria de la moda cuando, de hecho, estás usando un sweater que fue seleccionado para ti por las personas en esta habitación de una pila de cosas.”
Cuando empecé a tener esta idea de no querer ser una literata con lentes, tenía una imagen muy específica en mi cabeza y, realmente, estaba asumiendo el cómo se supone que me tengo que vestir siendo alguien en la academia. Todavía me acuerdo, estaba en cuarto medio y a meses de salir del colegio. Ya sabía que quería estudiar literatura, nunca había tenido tanta claridad en cuanto a mi futuro, pero también pensaba que la literatura y mi pasión por la moda no se iban a traducir bien en la universidad que quedara. Era una regla que me estaba imponiendo antes de tiempo y que no quería romper por nada del mundo. Yo quería ser como Luanna Pérez, Bella Hadid, Elle Woods, Andy Sacks. Tenía la fantasía de ser la mejor vestida en una carrera donde estaba segura de que las letras estaban por encima de todo. Ya en el segundo semestre de mi primer año me di cuenta de que la fantasía no era sustentable y mi, en ese tiempo, cambiante salud mental me jugó una mala pasada. Seguía intentando vestirme todos los días, vestirme en el sentido de vestirme como yo y no ponerme lo primero que encontraba en el closet. Y por cinco años de carrera, dos años de terapia y una pandemia mundial de por medio me hicieron crecer, evolucionar como persona y hacerme darme cuenta de que mi pensamiento inicial era más subjetivo de lo que pensaba ¿Qué determina el vestirse bien? ¿Qué determina que estilo es aceptable y que no? Sobre todo, en un mundo donde las tendencias cambian cada mes si es que no cada par de semanas, donde el fast fashion va en una subida exponencial que da un poco de miedo y al mismo tiempo la moda sustentable está viendo un alza en las personas que la pueden consumir. Y al mismo tiempo que escribo esto me pregunto ¿realmente estaba interesada por la moda? ¿O más bien me interesaba y atraía la idea de ella? Porque ahora, hoy, puedo decir muy segura de mí misma que tengo un interés real. Intento seguir las semanas de la moda que parecieran nunca terminar, las nuevas colecciones, lo que la gente está usando en el diario vivir, las trends interminables, las alfombras rojas de películas, festivales como Cannes, la gala del MET, los diseños de vestuarios de lo que consumo. Antes no hacia eso, era demasiado trabajo y nunca me di el tiempo de empezar por algo.
De hecho, lo más cercano que estuve a empezar como tal con mi viaje por la moda fueron dos días hace ocho años aproximadamente donde, con mi mejor amiga, logramos ver el detrás de escenas de una revista que ya no me acuerdo como se llamaba. Vimos un par de photoshoots, como se arma todo, como se elige la ropa, los accesorios, fuimos a las oficinas de la revista que en ese tiempo estaban en Avenida Padre Hurtado casi llegando a Los Dominicos. Después de esta experiencia que se sintió como la mejor del verano seguí el colegio y luego la universidad, y nunca más tuve ese tipo de inmersión o intenté tener una experiencia parecida, no sé del todo las razones, ahora me arrepiento de no haber empezado antes el viaje.
Este ensayo no salió del todo como esperaba, y no creo que eso sea del todo malo. En mi cabeza quería hacer una especie de análisis de la moda vista desde la otra arista de lo que soy, las letras. Hubiera empezado con algo así como, “estoy tratando de leer 1984 por tercera vez y cada vez salta a mi atención el uniforme que usa la gente del Partido, un mono azul. Si lo analizo un poco más, el azul se supone que es un color que trae tranquilidad y calma (no tengo conmigo mi copia de Psicología del Color de la Eva Heller para corroborarlo), y el hecho que sea un mono, algo también conocido como jumpsuit, trae uniformidad y el sentido de camaradería del que tanto se habla en la novela. Es algo deliberado, no sé si Orwell necesariamente lo pensó de esa manera, o si siquiera le importaba si el artículo de ropa tenía que ser este en particular, pero ahí está.”
Todavía tengo la frase en mi cabeza, esto de no querer ser como el resto de las personas que hacen y manejan la academia (tengo mis propios problemas con los académicos que en algún momento van a salir a la luz en esta publicación), pero no porque tenga algún problema en cómo se visten, su estilo, sino por ese aire de grandiosidad en el que parecen caminar, como si estuvieran por encima de algo tan superficial como saber vestir e interesarse por algo tan frívolo como la industria de la moda.
“Estoy tentada de decir que es porque los profesores están entre los profesionales del mundo que peor se visten. Muchos de los académicos están entrenados a distinguir entre la vida de la mente, que es considerada superior, y la del cuerpo, que es inferior y material. Algunas disciplinas son más o menos de moda. Si estudias Historia del arte o Literatura francesa o italiana, la persona probablemente esta más a la moda que una que estudia Historia de la diplomacia o, que Dios no lo permita, Antropología. Cuando escribí el articulo The f-word sobre como la moda es odiada en el mundo académico, hable con muchos colegas, que eran profesores, todos me contestaron, pero ninguno me permitió publicar su nombre porque no querían que sus pares sepan que ellos siquiera pensaban sobre un tema tan frívolo como la moda. Esto parece ser algo antiguo, que ya cambio… pero la semana pasada estuve en París en una conferencia donde los asistentes aseguraron que no hay estudios de moda en Francia, que los profesores no lo toman en serio y les cuesta conseguir uno que les dejé estudiar moda académicamente. Creo que esta relacionado con el hecho de que hay muchos hombres conservadores que mantienen la perspectiva de que la moda no tiene que ver con la moda. Excepcionalmente, en las clases de negocios se puede estudiar el mercado de lujo de la moda, pero porque es algo distinto.”
The F-word, Valerie Steele.