Instagram - Tiktok - Youtube - Pinterest - Goodreads - Spotify
El luto es una cosa rara, siempre lo he pensado. Existe la manera en la que suponemos que hay que hacerlo. Como tenemos que llorar, comer poco o mucho dependiendo de la persona, llorar un poco más cada vez que vemos algo de la persona que falleció, gritar, patalear o hacer todo lo contrario y dejar de hablar, dejar de salir, dejar de socializar. En las tres ocasiones que he perdido a un ser querido, nunca ha sido de esta manera.
Hace ya dos semanas que murió mi abuelo (por eso la falta de edición la semana pasada), y todo se ha sentido un poco… raro. He tenido la cabeza en muchos lugares y en ningúno a la vez y sin darme cuenta se me dió vuelta el mundo, las cosas en las que creía y mis planes de futuro. Es como si a cada paso que doy, algo más cambia sin que me dé cuenta, y cuando me doy cuenta, algo más está cambiando. Todavía no se si para mejor o para peor.
Como escribí hace un par de ediciones atrás, el luto ya lo venía haciendo hace tiempo, creo que desde antes que nos dijeran que ya no había vuelta atrás con la enfermedad. Eso me hizo recordar un post que vi en Twitter hace un tiempo (si, Twitter, porque me rehúso a decirle X) de como la persona que decide terminar una relación es la que, inevitablemente, hace el luto de esta primero.
Mi relación con mi abuelo siempre fue buena. Hizo de papá por la mayor parte de mi infancia y adolescencia. Me cuidó, me enseñó cosas muy valiosas, me trató de enseñar a jugar ajedrez, y a entender matemáticas. Siempre que iba a misa los domingos me traía de vuelta barquillos que vendían afuera de la iglesia. Cuando crecí y empecé a entender el mundo a mi manera y a tener mis propias ideas fue cuando empezamos a chocar un poco más; eso sí siempre con mucho respeto. Él siempre fue muy católico para sus cosas y yo, a pesar de haberme criado en una casa de católicos, mis papás nunca lo fueron, y que yo finalmente decidiera que no era una religión y creencia que quisiera seguir, entendíamos las formas de las cosas muy diferente y muchas veces teníamos discusiones que terminaban en nada. Ya, al final de su vida, su enfermedad avanzó tan rápido y el tiempo pasó tan lento que es lo único que puedo recordar con claridad. Tengo vagos recuerdos de sus años buenos, pero si no fuera por fotos siento que no recordaría en absoluto. Supongo que sentir eso, esa pérdida momentánea, también cuenta como parte del luto.
En mi familia, creo que el luto lo tomamos como celebración. Celebración de la vida de la persona y además celebramos a las personas que la rodearon. Nos juntamos a almorzar y nos reímos contando anécdotas, felices y otras no tanto, pero que nos hacen recordar al muerto antes de la enfermedad y la muerte. Tratamos de celebrar a la muerte, invitándole a ver que no somos solo tristeza y amargura. Creo que la muerte nunca debería ser solo eso. No nos vestimos de negro y si lloramos, lo hacemos con la convicción y confianza de que vamos a volver a reír. Porque al final del día, de eso trata la vida. De risas y celebración. De juntarse y recordar los buenos momentos.